CONTACTO y otras fantasías




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Muestra en Espacio Ftalo mayo-junio 2021




La intimidad es un efecto del lenguaje, y como tal, no sólo no excluye a los demás sino que, al exponernos en nuestra esencia, nos da la posibilidad de establecer un puente de comunicación. Cuando no se comparte, lo propio resulta opresivo y la poética de lo personal, totalitaria, pero cuando nos abrimos a los demás, las voces disonantes se complementan y ya no hace falta encontrar sentido, no se trata de acertar el pensamiento del otro, sino más bien de sentirse a gusto, de permitir que las cosas sucedan en el terreno familiar de la intimidad. Este es el recorrido que eligieron hacer dos artistas de la talla de Santiago Erausquin y Gastón Palópoli. En una muestra sincera, sin pretensiones de exhibicionismo, abrieron las puertas de sus mundos privados para entablar un diálogo entre amigos, tan cercano y familiar que no necesita responder las preguntas que se hacen ni llenar cada silencio de la conversación. 

Eliana Madera

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Muestra en Espacio Ftalo agosto-octubre 2020


Hasta el 9 de octubre se pudo visitarla.
Si querés ver el audiovisual realizado por Jésica Henri (3 minutos) hacé click aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=IhpNfjKQlus


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Publicamos Divino Tesoro


Se trata del catálogo lúdico, didáctico y de pura fantasía con las últimas producciones plásticas y una selección de textos tomados de los cuentos y textos publicados. Gracias a José Fraguas, Lisandro Aldegani, Jésica Henri, Fernando Brizuela y a la Editorial Cencerro que lo hicieron posible.
Si querés ver el video de casi tres minutos que hizo Jésica Henri presentando Divino Tesoro hacé click aquí:

Strike a Pose

José Fraguas*

Aunque desde siempre la plástica fue un modo de expresión fundamental para Santiago comenzó a pintar al óleo regularmente hace poco más de diez años. Manifestaba al principio que le costaba decidir el tema, no le resultaba tan evidente como la necesidad de pintar, decía querer pintarlo todo pero, tragedia o bendición humana, había que elegir. Las primeras pinturas que realizó fueron escenas eróticas basadas en situaciones sexuales entre jóvenes. Las imágenes en las que se basó eran más explícitas que las obras que pintó pero eso no quiere decir que mostraran menos. No había censura moral en poner fuera de foco los genitales o la unión sexual entre cuerpos, scorpius no tiene problema con eso, se trataba de mostrar otra cosa, de ir develando algo de lo que está cifrado en las actitudes, en los gestos de los cuerpos que gozan.

Con el tiempo los personajes de las pinturas de Santiago dejaron de estar en situaciones sexuales y aunque su arte es decididamente figurativo la investigación sobre el misterio del lenguaje de esas formas continuó y se profundizó. Siguió indagando en ademanes, semblantes y otros signos del gozo ya no simplemente sexual sino más bien existencial. Comienza entonces a pintar a partir de fotos que él mismo saca a sus modelos. Son jóvenes delgados, están sin remera o en calzoncillos y al mismo tiempo en algunos casos con una mano en el pecho como el caballero del célebre retrato del Greco. Hay un gesto voluntario de traer ese elemento propio de un género pictórico tradicional enfocado especialmente en la representación del sujeto y la exploración de su identidad. Y hay también bastante manierismo en los cuadros de Santiago pero siempre atravesado por el ímpetu payasesco y danzarín que caracteriza a Erausquin. Nunca falta una cuota de humor e irreverencia en sus pinturas que las acercan más al Strike a Pose de Madonna que a la solemnidad del museo de El Prado.

Las pinturas más recientes de Santiago son escenas con varios personajes. Si los retratos eran unidades, palabras, ahora tenemos frases, situaciones que avanzan en una misma búsqueda, como un lenguaje que crece y se enriquece. Hay juventud, delgadez, frescura, juego. Se cuela así el clima del taller en el que se elaboran los cuadros, la música y los chistes que acompañan al trabajo. Aunque los personajes no tienen mucha ropa muestran que siempre estamos vestidos de actitudes, ánimos e intenciones. Los modelos son chicos que tienen tatuajes, aros y especial talento para lookearse. Sin embargo nos hacen pensar que es quizá lo que se nos escapa lo que más nos define, gestos que manifiestan temperamento, mohines que descubren tensiones del alma. Lo lúdico permea también en las identidades que se desdoblan y multiplican. Dos de los modelos que son hermanos gemelos aparecen en muchos de los cuadros en una diversidad de moods.

Pero es quizá el intento de dar cuenta de la inmediatez la principal apuesta de la pintura de Santiago. Hace imagen el impacto que nos sacude cuando vemos, sentimos y deseamos algo que nos interpela antes de darle algún nombre definitivo, interpretarlo o dotarlo de un sentido único y tranquilizador. Y ese sueño imposible que abrigan sus cuadros los dota de una singular potencia. En una arriesgada síntesis de color y dibujo capturan en una pose la gracia espontánea, el garbo natural propio de los jóvenes, la desfachatez, la actitud involuntaria que mejor dice qué y cómo es habitar con plenitud un cuerpo vivo.

*Texto escrito para DIVINO TESORO. José es escritor, investigador, docente, editor y compañero de Santiago Erausquin.






Si querés ver el audiovisual de 2 minutos que realizó Foto Laponia para la muestra Excesos y controles, hacé click acá:






Excesos y controles

Tony Zalazar*

Cuerpos en pose, en sesión —en posesión y entrega de sus encantos— dispone Santiago en estos grandes cuadros que dialogan con la tradición del retrato y narran en conjunto los excesos vitales de la juventud. La vida que imita al arte —el arte de jugar y vivir la fantasía afectuosa del placer— se despliega entre pieles desnudas, ojos que inquieren, bocas que quieren más y manos y ojeras que enseñan sombras y colores propios de una figuración contemporánea. 

Cada cuadro es una invitación a la fiesta dionisíaca de la amistad, al recreo incrédulo y dulce, donde los cuerpos traman en secreto lo que no sabrá deshacer el porvenir. Los momentos más luminosos y sugestivos están reunidos y controlados por el ojo poético de Santiago que pausa y convida los dones del entusiasmo y la alegría —la risa aun entre accidentes— y deja a la vista en cada retrato el sustrato misterioso y extraño que hace más poderosa a la existencia.

*Profesor en Letras, escritor y editor del sello Ananga Ranga.


Un punk alegre

Armando Doria*


Acá hay algo oculto. En realidad no quiero decir justo eso pero es un buen arranque. Digo: Quizás haya algo oculto; o, mejor, a veces cuando veo las obras de Santiago Erausquin percibo que hay algo oculto, en el delicado filo de lo perturbador, en el filo del humor, de la ironía.

Esos pibes por ahí, paveando, haciendo nada, felices de hacer nada, se ven como lo que casi todos fuimos en algún momento: pura vida sin proyecto ni más interés que pasar el rato. Como que la etapa adulta (empiece a la edad que empiece) pierde o cohíbe ese desinterés punk (pero un punk alegre, no tan inglés, quizás) y ya no tenemos margen de tirarnos diez horas a fumar en calzones y levantarnos solo para atender necesidades elementales. 

Ese momento esporádico y volátil de la primerísima juventud parece volverse perpetuo en estas pinturas, esos pibes de alegre punkitud permanente, explotados de colores que hacen andar los sentidos, me parece que tienen detrás el deseo de Santiago de posar para sí mismo en pantalón de fútbol y sin calzones, con una birra, rodeado, sudado, tatuado, colado de deseo. No sé, por ahí es cualquiera, le voy a preguntar. 

* periodista



Excesos y Controles


Eliana Madera*

Desire is hunger, is the fire I breathe
Patti Smith

El poeta es un adulto que juega. Para Sigmund Freud la poesía permite confrontarnos con nuestras fantasías sin avergonzarnos y sin la necesidad de ocultarlas. El placer estético y formal que sentimos frente a una obra funciona como un sustituto del placer que sentíamos en los juegos de la infancia. 

Santiago Erausquin es un poeta. Su obra un metalenguaje. Como el cuadro dentro del cuadro, en “Excesos y Controles” las imágenes hablan de sí mismas, del acto de pintar. Es el juego dentro del juego. Y lo que podría ser, a simple vista, un grupo de jóvenes despreocupados funciona también como una reflexión sobre la práctica artística, sobre el deseo que impulsa a los hombres a crear.

Los personajes de los cuadros habitan en la contradicción, en la distancia entre el exceso y el control, entre la niñez que ya no es y la adultez que aún no llega. Pero la contradicción apenas les afecta, ocupados en el puro presente, se dejan llevar hacia delante. Cómplices, vitales, desfachatados, juegan como un último rito de transición. Celebran la amistad, las risas, la existencia.

Al igual que los jóvenes, la técnica de Santiago derrocha vida. Es un exceso de color que se controla y desborda con vitalidad, es el placer de pintar puesto al servicio de los cuerpos, la caricia en la piel, las manchas, las traslucencias. Lejos de la perfección anatómica del dibujo académico, de los atributos tradicionales en los retratos, de las poses heroicas y caballerescas, Erausquin hace gala de los conocimientos aprendidos y los trasciende. La ironía también es un juego, uno que Santiago maneja a la perfección.

* Curadora

La eterna eventualidad

Elías Leiro*
La amistad es una actividad creativa. Una masa amorfa que antes no estaba ahí adquiere forma por un proceso colectivo y construye un plano en el que habitar juntos. 

La percepción lineal y progresiva del tiempo permite ver las cosas a la distancia. 

Un encuentro es, casi siempre, un evento innecesario y azaroso. Dos singularidades diferentes sin origen común comienzan a compartir una trayectoria. No hay suelo originario compartido ni rejas de seguridad en el balcón que brinden seguridad para el éxito de esa empresa: solo el interés mutuo. 

La representación es el ensamblaje de componentes heterogéneos en un pathos común. Es también la convivencia de elementos diversos en un soporte o campo de producción. No hay nada que garantice que las cosas salgan bien, ni manual de instrucciones, ni protocolo de reducción de daños. Como dejarse caer, sin cuerdas de contención pero seguros de que hay alguien ahí abajo que nos salve de golpear el piso con la cabeza. 

La construcción de sentido es un evento singular y único en el tiempo. Allí radica lo atractivo de las obras de Santiago: en su carácter de eventualidad, en la convergencia de procesos disimiles que da por resultado un orden temporal. 

La representación y la amistad muestran su parentesco como conjunción de cuerpos en relación de intercambio recíproco, conforman un diálogo irrepetible o una eternidad provisoria. 

Al final, la única certidumbre es que las cosas podrían ser diferentes, pero (por suerte) no lo son.
*artista y amigue


Agradecimientos

Excesos y controles está dedicado a mi compañero José Fraguas, que cuando es necesario―lo es a menudo― me coloca en ese punto justo que existe entre esos dos polos.
Agradezco muy especialmente a Espacio Ftalo por la confianza y oportunidad recibida; a Paz Bardi y Julio Alan Lepez por la camaradería generada en el espacio de su taller; a Tony Zalazar, Armando Doria y Elías Leiro que con sus textos de oro puro expandieron las obras al infinito y más allá, a Eliana Madera por su curaduría tan lograda y su poderoso sentido de la observación; a Elías ―otra vez― y Nehuén, Toby y Magda, Camilo y Fran, Jon y Tomi que poblaron con sus pieles y simpatías cada cuadro. A Lisandro y Jésica por sus saberes tan afinados en los paratextos de este evento y claro, a mi familia. Pero quiero agradecer fundamentalmente a Adriática, Alfredo, Ana, Diego, Germán, Gustavo, Leandro, Leonel, Lionel, Livio, Matías, Nati, Livio, Micaela y Paola, que junto con Lisandro y Jésica ―otra vez― lograron darle un sentido absolutamente nuevo a la práctica del dibujo y a la vida misma con Los martes. Y no estoy exagerando. 

  
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MÁS QUE TRES


Los argumentos que se esgrimen en los paratextos de una muestra como esta suelen rondar conceptos que permiten abrir las posibilidades interpretativas de lo que está expuesto en frente del espectador. Y está muy bien. Es muy gratificante sentir que lo que leemos en un desplegable ayuda a simpatizar con lo que vemos colgado delante de nosotros. Sin duda, curadores, críticos y licenciados son celebrados en sus aportes de mediadores entre la obra y el visitante. Sin embargo, en esta muestra en particular quiero dejar constancia de que lo que me une a Julio Alan Lepez y a Paz Bardi es el (no simple) afecto que nos convoca hace varios años en el taller de Julio, allá por el barrio de Belgrano. 

Por lo general, en cierto punto del crecimiento artístico, uno empieza a seleccionar a sus formadores por afinidad y admiración. Cuando me decidí por Julio, fueron sus cualidades de hacedor de imágenes las que determinaron esa decisión. Su justo medio entre figuración y expresión, entre obra plástica y obra lúdica me habían impactado de inmediato. No cabe aquí mencionar todo lo que aprendí con él. Pero si seguí yendo a su taller después de tanto tiempo es porque un plus de valor se fue agregando a medida que pasaban los años. Ese plus no tiene que ver con cómo ordenar una paleta con colores, con cómo estructurar una figura o con tener en cuenta a tal o cual artista, sino con otra cosa, más imprecisa y difícil de explicar. Tal vez tenga que ver con asuntos muy profundos como el de intentar especificar los modos personales de conectarse con el proceso creativo en estos tiempos tan complejos o, por el contrario, de cosas muy banales como las opiniones comentadas de equis asunto en charlas con café o de gestos muy sutiles que aparecen, por ejemplo, en la manera de saludarnos e interesarnos por nuestros dilemas cotidianos. A lo mejor tiene que ver con la gente que rodea a Julio dentro y fuera de su espacio de trabajo. De un modo u otro, siempre me interpelaron mis compañeros de aprendizaje y conectar con ellos era una suerte de misión. Es algo que me viene de chico. Cuando supe que Paz retomaba el espacio de taller en lo de Julio hice lo imposible para poder coincidir con sus mismos horarios. Ya conocía algo de su obra, ya había visto su página web, ya había oído hablar de ella por amigos en común y sin conocerla ya estaba fascinado. Dar con ella fue como sentir que de pronto había mucho tiempo libre para estar bien, como encontrar dinero en el bolsillo de un pantalón que no usamos hace días. Paz llevaba puesto un encanto en su corte y peinado, una soltura y desfachatez cuando hablaba de sus cosas que superaban, incluso, a lo que veía en sus pinturas. Compartir las clases de Julio con ella fue mucho más que ver que teníamos en común algo de los temas que queríamos contar, algo de las técnicas o de los materiales elegidos para expresarnos. Fue, desde ese momento, saberse bien acompañado por un buen tiempo. 

Quisiera ser claro. Lo que me une a estos artistas pasa justamente por entenderlos como algo superior a lo meramente artístico: pasa por el enorme afecto que les tengo; por ser poseedores de una facultad muy particular que consiste en saber contenerme, escucharme y ayudarme a determinar para dónde ir en esos días en que las brújulas no funcionan o los astros quedan mudos. Y cuando eso tremendo sucede, que se sepa, me encanta, porque me digo: “Todo bien. Este martes nos vemos en el taller”.


Santiago Erausquin







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Paisaje Pinturas
Si querés ver la reseña audiovisual realizada por Carolina Etchenique Faingold cliqueá acá:






Humor y fantasía

Las primeras cosas que dibujó Santiago fueron personajes de historieta y dibujos animados: la Pantera Rosa, Clemente, el Inspector, Larguirucho. Sus familiares y amigos no podían adivinar enseguida qué estaba dibujando porque la punta de la nariz, un ojal del sobretodo o cualquier otro detalle podían ser el punto de partida de la misteriosa figura que iba apareciendo poco a poco en el papel ante sus ojos expectantes. 
Santiago tuvo siempre la costumbre de escribir cartas de amor y amistad que conmueven hasta una roca. Las que escribía a sus compañeros de la escuela primaria incluían ilustraciones. Muchas veces era un Clemente que tenía algún atributo que aludía con afecto y humor al destinatario de la misiva. 
Las vacaciones eran para Santiago un momento particularmente productivo e inspirador. Con sus padres y hermanos, Tomás, Elena y Elvira, más algunos invitados, viajaban siempre en un pintoresco colectivo transformado en casa rodante y se instalaban en lugares con vistas alucinantes como villa Pehuenia, lugar favorito de Coca, la madre, o el cañon de Talampaya. 
Santiago hacia planos de los lugares en los que estaban con la ubicación de otras familias que acampaban en el mismo predio y que le despertaban curiosidad, ilustraciones de lo que imaginaba que ocurría en el interior de las montañas e historietas con las aventuras de Idelba, personaje inspirado en una histriónica y excéntrica profesora de plástica de la escuela media que estimuló mucho su imaginación e inventiva. 
Fomentaron también su vocación artística dos tíos abuelos, el mítico escenógrafo Saulo Benavente y Oscar Erausquin, alguien con una particular sensibilidad estética que se manifestaba en las invitaciones de cumpleaños que elaboraba artesanalmente y en muchos muebles que sus familiares conservan y que parecen salidos de un cuento de hadas. Fueron también muy estimulantes los libros de arte y materiales para dibujar y pintar que le regalaron sus tíos Alberto, Ercilia y Huarqui. 
Por recomendación de Caloi, paciente del consultorio odontológico de Rodolfo, el padre de Santiago, comenzó cuando era adolescente un curso de dibujo humorístico en la escuela de Garaycochea. Era la primera vez que caminaba solo por las calles del centro, fue una experiencia nueva y emocionante. La lectura de los textos de Tolkien y la estética de películas como El cristal encantado y La historia sin fin lo aproximaron al mundo de la ilustración de mundos y seres de fantasía. Por la misma época comenzó a concurrir al taller de Fabián Valle, su primer maestro de pintura. Allí conoció la práctica de dibujar con modelo vivo y comenzó a entender la importancia de la búsqueda de un lenguaje propio específicamente plástico. 
Cuando terminó la secundaria, hizo primero la carrera de diseñador gráfico en la UBA. Allí a partir de la fascinación que le generaron los carteles de las vanguardias rusas, entró en contacto con la dimensión gráfica de la producción artística que desarrollaría después en su incursión en el grabado. En esa época comenzó además a dar clases como ayudante en una de las cátedras y descubrió su vocación docente emparentada con su natural inclinación por el humor y la actuación. Apenas terminó esa carrera comenzó a cursar en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en el palaciego edificio de la Avenida Las Heras. Rodeado de compinches como Ezequiel García y Natalia Contreras, fueron años de muchos descubrimientos, experimentación y aventuras creativas, instalaciones, performances, visitas a la bienal de San Pablo, etc. Las obras de esa época tienen un estilo expresionista y son con frecuencia representaciones de situaciones extrañas y oníricas. También se despertó su interés por la historia del arte. A través de una profesora de la Escuela, Adriana Laurenzi, conoció la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes y llegó a las clases de historia del arte de Miguel Ángel Muñoz. Fue un momento epifánico, “yo quiero trabajar de esto”, dijo. Hizo la licenciatura en Artes en el IUNA y continuó su formación en teoría e historia del arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fue dejando progresivamente sus trabajos como diseñador para dedicarse a la enseñanza en instituciones como el ISER y el mismo AAMNBA, lugares en los que trabaja como profesor de historia del arte actualmente. Los temas que enseña no están ausentes en las obras de Santiago ya que muchos de sus cuadros versionan y retoman mediante citas y alusiones, elementos de la tradición remitiendo por ejemplo a convenciones de géneros pictóricos como el desnudo o el retrato. 
Además de escribir siempre las cartas más conmovedoras, Santiago escribió y publicó también una novela y numerosos cuentos (Rodrigo y todos los demásPaisaje Querido Pen -Pal:) que crean un mundo atractivo y extraño, en el que conviven inocencia, erotismo y humor, y que dialoga con los temas que trabaja en sus cuadros. Santiago forma parte también de Cencerro, un sello independiente y alternativo que desde 2003 produce e impulsa la realización de proyectos creativos. 
En paralelo a su formación académica y a su trabajo docente, Santiago asistió a diversos talleres coordinados por artistas. Concurrió al taller de Ernesto Pesce y adoptó desde entonces lo que con humor llamaba “Depeche Mode”, una técnica para dibujar que consiste en alejar el lápiz de la mano a través de una varilla de alrededor de 30 cm. Tomar esa distancia ayuda a perder el control obsesivo del detalle, lograr un trazo más libre, un estilo más abocetado y figuras menos definidas y más sugeridas. En el taller de escultura de Valeria Castriota adquirió conciencia del sentido y valor de cada uno de los múltiples y diversos pasos en la realización de un proyecto creativo. El taller de Ariel Mlynarkzewicz lo impulsó a profundizar su vínculo con la pintura como medio expresivo y lo ayudó a definir sus temas entre los que se destaca el interés por captar la gracia y el misterio que irradian los cuerpos de hombres jóvenes. Su veta de grabador encontró un espacio de expresión en el taller de litografía de Matías Amici. Y actualmente concurre al taller de Julio Lepez en el que se perfecciona en el uso del óleo y las técnicas para la construcción plástica a través de la mancha, el color y el trazo del pincel. 
Santiago disfruta mucho también de formar parte de espacios de producción artística autogestionados. Formó parte del grupo Sur, que funcionó en el taller de cerámica de Pancho Buitrago y participa en la actualidad de “Los martes en lo de Ana” que se reúne semanalmente en San Telmo. El conocimiento y la experiencia que Santiago fue atesorando con los años no lo alejaron de la conexión con el humor y la fantasía que tuvo desde que era chico. Las cartas y postales que escribe incluyen muchas veces viñetas y caricaturas, y en la última muestra de sus cuadros, un muñequito de Larguirucho acompañaba en una vitrina a sus cuadernos de apuntes del natural que realizó en la playa.
José Fraguas

Agosto de 2018







La luz y los cuerpos


En las pinturas de Santiago hay pieles que reciben la luz como algo nuevo, y en esa luz a la vez plena y nocturna se descubren a sí mismas. Hay sugerencias de movimientos y de voces, pero las voces están sobre todo en la intensidad del trazo, en la mirada del pintor y de sus modelos, y sobre todo en el diálogo silencioso que se establece entre los cuerpos. Santiago registra existencias que son siempre como mínimo duales, como si la primera juventud se creara siempre en una escena entre pares. Están además los accesorios de los modos de existencia: los celulares, las pastillas, los brackets, el faso, el nombre propio intercambiable. Capturas del instante en que se emerge a una escena de deseo fuera de la prisión de los mundos jerárquicos del trabajo, del deporte, del estudio. Se revela la luz cruda de lo recién nacido: lo nacido de la fantasía de la comunicación directa, sin la conciencia del abismo de la diferencia con los otros.

Eduardo Muslip
Agosto de 2018


Paisaje 

¿Qué mirás, Santiago? dijo su tía, y el joven artista, con los ojos colmados de exuberancia masculina tendida sobre la arena, se limitó a responder: el paisaje. Erausquin nos engaña, nos propone un juego donde una simple anécdota parece definir el sentido de la obra, sin embargo, esta historia devela una intuición profunda y vivencial, una apuesta a revelar lo que subyace en una cultura que se proclama, por completo, heterosexual. 
La heteronorma ha impuesto sobre nosotros un axioma: desearás, mirarás y serás poseedor del cuerpo femenino. Como toda restricción, esta norma ha impulsado la creatividad de los hombres y ha sumado una cuota de placer al vincular el goce del cuerpo masculino con lo prohibido. Lo homoerótico ha sobrevivido a la clandestinidad, a lo amateur y a la pornografía, se ha colocado distintas máscaras a lo largo de la historia que le han permitido a los hombres mirar a otros hombres sin culpa e incluso disfrutarlos. Entre las excusas más notables para este voyeurismo deben destacarse los juegos deportivos, la mitología, los mártires agonizantes de éxtasis y dolor, los ejercicios académicos de desnudos masculinos. 
Por el contrario, los cuerpos de Erausquin no necesitan excusas, se imponen a la mirada con sus torsos desnudos, con sus pieles rebasadas de color, nos muestran sus tatuajes, las marcas violáceas de lo que parece haber sido una noche de excesos, la ortodoncia recién estrenada. Extraños atributos para retratos académicos, perfectos a la mirada curiosa de un artista dispuesto a explorar en la intimidad de lo cotidiano. Erausquin se aleja de la anatomía perfecta, del desnudo heroico, de la pose fijada para la posteridad. Nos muestra, en cambio, a Nehuén, a Elías, a Tomás. Sin veladuras, expuestos a la luz del día para ser contemplados lo mismo que un paisaje. 
Puede que en verdad ninguno de estos jóvenes sea gay, puede que nada de lo que sucedió en el departamento donde fueran retratados tuviera una carga erótica, pero esto poco importa, porque es la mirada del artista quien nos conduce a esta visión erótica de lo cotidiano, la que nos permite experimentar un goce prohibido, la que nos revela un objeto de deseo. Con pinceladas expresivas, cargadas de materia pictórica, pero sometidas a la rigurosa mirada del artista, a la intimidad creada por su recorte, Erausquin nos abre camino por este paisaje de auto-exploración.

Eliana Madera
Curadora de Paisaje.




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Las distancias que mantenemos de nuestros lugares y asuntos a la hora de viajar nos dan una renovada perspectiva de las cosas. Esto se aplica, creo,  para las que dejamos y para las que vamos a conocer. Agradezco esa distancia por redimensionar, precisamente, ese entorno al que estoy familiarizado, porque seguro, se volverá más claro, colorido y pertinente, cuando vuelva.
Julio, 2018 


Oh, Boy! Pinturas

Si querés ver la reseña audiovisual realizada por Carolina Etchenique Faingold cliqueá acá:




Oh, Boy!, de Santiago Erausquin
Por Javier Fernández Paupy



En los detalles de estas pinturas hay expresiones de misterio y un encanto. Algo oscuro que no está en el fondo de estas obras sino en las miradas de los retratados y sobresale del plano. Son criaturas que llevan la noche en sus gestos cómplices, sugestivos y elocuentes. Lo nocturno se filtra en el lenguaje de sus posturas, en la actitud corporal de estos chicos, en los tatuajes de sus cuerpos, en sus aros, en sus poses desafiantes. ¿Quiénes son los perdedores? Quizás, al saberlos perdidos los queramos más. Oh, boy! nos mete en el fracaso, ser o sentirse un perdedor, estar perdido. El trazo de Santiago Erausquin en estos retratos sugiere que pintar puede ser recuperar las formas multiplicadas por los pelos del pincel. Una pura presentación. La noche pesa sobre estas miradas y estos cuerpos y no aparece sino como una presencia que, sospechamos, interpela a estos chicos. La noche como fuente de sentimientos y emociones; asociada a la oscuridad, al misterio, a las experiencias salvajes, a la calma o a la intimidad; como parte del día en la vida de las personas; como motor de sueños o de insomnio. Hay algo esencialmente erótico en estos óleos. Quizás lo erótico y lo siniestro sean dos caras de una misma moneda. En un mundo teñido por el horror cotidiano, el erotismo es una manera de relacionarse con la vida. Muchas preguntas vuelven al ver estos cuadros. ¿Qué anima la materia? ¿Qué separa lo vivo de lo muerto? ¿Es el erotismo? ¿Es lo prohibido? Son un conjunto de sensaciones que salen de una atracción por la anatomía masculina y la delicadeza de poder captar una voluptuosidad sutil.





Mucha pintura

Por Miguel Ángel Muñoz


Al mirar estas pinturas se ve justamente eso: pintura, mucha pintura. Pintura en la presencia untuosa del óleo, en la precisa caligrafía de la pincelada. Pintura en el color, exuberante pero a la vez sometido. Pintura en los muchachos aislados en espacios cerrados, metidos dentro de sí mismos. Metidos como están en el estudio del pintor y en el interior del cuadro. Muchachos, en realidad modelos que en sus poses laxas ocultan espléndidas coreografías pictóricas. Modelos “de entre casa”, apenas vestidos con usuales ropas deportivas. Modelos que no bajan pudorosamente la vista como en las “academias”. Al contrario, la mayoría de ellos nos miran, nos buscan con sus ojos y establecen así el siempre presente diálogo de la pintura: la mirada. “¿Vemos o nos ven?”, cito a Foucault para acudir inmediatamente a Velázquez y para que se comprenda por qué veo tanta pintura en estas pinturas.


Veneno
Por Daniel Leber

“Todo es veneno, nada es sin veneno. Sólo la dosis hace el veneno”

Paracelso

La medida del tiempo sagrado, contrapuesto al profano, es el del cuerpo hablando su lenguaje. Los velos caerán, uno detrás del otro, ad eternum. Es así que sólo se podrá llegar a la verdad por la vía intuitiva. El tiempo sagrado es el momento. Ahora que derroca las vanas elucubraciones en torno al pasado y al futuro, Santiago Erausquin busca, incansablemente, la vivencia de esa sacralidad y el símbolo de su escurridiza manifestación. Su brújula es la materia pictórica, la potencialidad del plano y la atmósfera del color. El resultado, cuerpos imbuidos de un ojeroso deseo tardomoderno, ansiosos por lograr una reconexión vital que de por tierra todo el ruido circundante. Estos antihéroes nos dan la clave para enfrentar al tedio, ese veneno nuestro de cada día.



Un texto para Paz Bardi
A propósito de su muestra Todos juntos, todos solos

Paz Bardi, Eric o el concepto de Error, 2017

Cuando Paz Bardi nació Capricornio estaba en los cielos. Y no tanto para ella, sino para abordar a los demás, la astrología le permitió buscar patrones en las conductas de las personas.
Paz mira a las personas de manera especial.
Paz es Pachi para sus ex-compañeros de Artes Visuales (con quienes compartió dos años de estudio), Pachu para algunos amigos pero fue Pitu en el ámbito familiar. De pequeña dibujaba geometrías con la lapicera mientras hablaba por teléfono. Es difícil todavía conectar estas formas con los cuadros que hace ahora y que integran esta muestra. Tal vez el hecho de estar conectada y distante al mismo tiempo (por teléfono) con la otra persona y que eso se transforme en una imagen sea lo único que tenga proyecciones.
En su formación abundan las copias. Al taller al que asistió durante su adolescencia copió un barco del pintor Duarte. El nieto del pintor, al que tenía entre sus contactos de facebook, le dijo: “Mi abuelo te felicita”.
Paz vivió tres años en el viejo continente donde residió entre Toulouse y París. Fue hace poco. Allí compartió espacios creativos con otros jóvenes artistas y experimentó con cuadernos de viaje y bandes dessinnées, que son comics, historietas, pero muy experimentales. Sin embargo, son básicas para contar cualquier historia.
“Si no fuese pintora, confiesa, sería escritora.” En el taller de Julio Alan Lepez, al que asiste desde varios años, además de pintar, intercambia lecturas con su maestro. Con él encontró un camino, comenta.
De todos modos, la producción de obras fuera de este ámbito de formación es rica, ambiciosa y abundante. El año pasado obtuvo la Mención Arte Joven, de la Fundación BanCor y su trabajo fue seleccionado en la Bienal Federal.
Las imágenes que conforman esta serie le fueron reveladas una noche, en una disco, mientras bailaba sola, entre sus amigos, que estaban en la misma que ella. De esa angustia salieron estos cuadros. En ellos están sus amigos.
Una de sus palabras favoritas en francés es pote, que significa algo parecido a amigo íntimo, compañero especial, compinche o compadre.

Santiago Erausquin, junio 2018



¡Arrancamos el 2018 con todo!


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No hay caso. Las partidas y los viajes, aún a lugares fabulosos, me desconciertan, angustian y excitan. ¿Cuánto extrañaré este acá? Temo, aún más que no volver, regresar siendo otro, asunto que, se sabe, es inevitable. ¿Quién será ese otro que, con suerte, regrese a este acá? Ojalá sea mejor de lo que soy hoy. 
Enero 2017




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Idelba, el documental
por Santiago Erausquin


Pocas personas tienen la magia de Idelba, mi primera profesora de Dibujo y Actividades prácticas que tuve en el colegio. Por eso, hace unos meses, con José Fraguas decidimos entrevistarla, captar sus anécdotas y aventuras que vivió cuando fue docente, regié, actriz y timonel para realizar un documental audiovisual. Agradecemos la colaboración de Juan Andrés Videla, Pablo Messiez, Alejandro Marino y Beatriz D'Astek por sus testimonios, a Stefania Parese por unas capturas de video hermosísimas, a Fernando y Franco Brizuela por la música original tan acertada, a Verónica Díaz Benavente por la voz lírica, a Anahuarqui Brizuela de Díaz (presidenta de la Asociación de Docentes Jubilados de Almirante Brown) por apoyarnos y a la Comisión de Eventos. Gracias a todos los que quieren, como Jóse y yo, a Idelba. Podés ver el audiovisual haciendo click aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=G314u4vembc




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Ariel, el taller y el Grupo Boedo
por Santiago Erausquin

“La pintura pinta, no mancha.”
A. M.

Actualmente los talleres son espacios de producción plástica que heredan algo de la bottega renacentista, ese lugar al que se iba a aprender cuestiones de arte en la época de Miguel Ángel. Un maestro, la autoridad máxima indiscutida, compartía con otros su experiencia. La jerarquía era absoluta: uno entraba moliendo pigmentos para armarle colores al jefe o llevándole un tentempié mientras trabajaba. De discípulo pasaba, con suerte y esfuerzo, al grado de maestro. Entre los siglos XVII y XVIII se oficializó la enseñanza artística con las academias. En estas instituciones oficiales la propuesta homogeneizaba los intereses de los asistentes por medio de ejercicios y prácticas de observación, copia y emulación de, generalmente, modelos clásicos. Al término de algunos años, también con suerte, te ganabas un viaje a Roma para seguir estudiando las obras maestras de un pasado remoto. Aún hoy en nuestra ciudad algunos talleres de ofrecen una formación sistematizada y graduada que reciben el nombre de escuela. En el siglo XIX, sobre todo en la segunda mitad, los artistas encontraron en la enseñanza un medio para ganar algo de dinero frente al desamparo del sistema burgués: si un pintor gustaba al público entonces vendía sus cuadros y se incorporaba al circuito de visibilidad constituido por marchands, exposiciones, salones, etc. Pero si esto no sucedía, el maestro abría su atelier a quienes quisieran seguirlo. Con la irrupción de las vanguardias en el siglo siguiente, el arte se volvió, en algunos casos, críptico y hermético, así que en algunos talleres no sólo ibas a crear obras con materiales alternativos sino también a pensar el arte contemporáneo. Actualmente existen varios espacios de formación artística que ofrecen la posibilidad de reflexionar la obra artística en vez de producirla.
El taller de Ariel Mlynarzewicz viene a compensar esta situación. Si bien es un espacio de observación, reflexión y estímulo la dinámica del taller de Ariel se distingue de las otras porque pone el acento tanto en la producción individual como en la colectiva.
En la primera entrevista Ariel le propone al que llega que se encuentre con la pintura, es decir, que se permita pintar y señala que todos pueden hacerlo, sin importar experiencias previas. Dicta desde hace muchos años un taller en la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes que llamaba La mirada que pinta, donde continuamente aclara que aunque es muy importante la observación, lo fundamental es que se pinte con el corazón. Para Ariel el hecho pictórico es una práctica dignificante y esencialmente humana. “Yo no soy artista —confiesa— soy pintor de cuadros” y muestra una tarjetita personal donde dice exactamente eso.
Los primeros minutos de cada encuentro están destinados a una reflexión colectiva. Todos charlan un rato y Ariel modera discretamente para que las opiniones particulares entren en la dinámica grupal. Una vez satisfecho anuncia: “Ahora, a trabajar”.
En los distintos espacios del taller esperan caballetes, sillas y mesitas para apoyar vasitos y paletas. Cada uno va con un tema, una excusa, un sueño o una imagen y Ariel le propone llevarlo al soporte elegido. El espíritu colectivo no impide que el proyecto de cada uno sea al mismo tiempo muy íntimo y personal. El lenguaje plástico va entonces surgiendo de a poco y las intervenciones de Ariel son medidas y certeras, acotaciones estimulantes que permiten avanzar en alguna dirección. El maestro deja que cada uno produzca y cuando pasa a ver los trabajos más que juzgar o corregir, pregunta. A través de esas preguntas se va entrando en los asuntos propios y se va que pintar es saber cómo tomar decisiones sobre, por ejemplo, qué recursos formales adoptar. Así va apareciendo, de a poco pero firmemente, el compromiso con el asunto. Y entonces, luego de un largo proceso, uno termina reconociéndose en la pintura porque el tema, las formas, pinceladas y colores hablan de uno mismo.
Con el paso de los meses el modo de pintar se vuelve más personal, con códigos propios y matices subjetivos. Sin embargo, algo está en sintonía con la producción del resto del taller e incluso con el estilo del maestro. No es el modo de construir una figura o el tipo de colores que se usan lo que acerca sino más bien cierta libertad en el trazo y en el gesto que se vuelve potencia expresiva. Es una fuerza común que se resuelve de maneras muy diferentes. Por ejemplo, mis compañeros, Diego, Florencia, Moira, Agustina, Ninot o Inés, eran tan distintos como parecidos entre sí: eran ellos mismos en cada una de sus pinturas pero con esa energía, soltura y frescura común que nos amalgamaba a todos, Ariel incluido.
En el año 2006 creó dentro del taller y con varios de sus integrantes el Grupo Boedo. El nombre alude al que existió en los años veinte por la misma zona. Como ese conjunto de artistas, su Grupo Boedo nació con un manifiesto y toda la fuerza propia de las vanguardias modernas. Ambas propuestas rescatan la idea de comunidad que está presente en el hecho artístico, poniendo en crisis la teoría del arte por el arte mismo. Si al taller de Ariel se entra solo, algo de lo colectivo se adquiere a través del tiempo y lejos de perderse, el que asiste se encuentra en el acto común de expresarse con pinceladas y colores.
Todos los años el Grupo Boedo expone. Las muestras obligan a los asistentes a sacar las obras, a que éstas dialoguen entre sí e interpelen a los visitantes. Para la organización del evento Ariel dirige las potencialidades de cada integrante del grupo y reparte tareas y responsabilidades: funciona como el director de una orquesta en la que los instrumentos se suman sin diluirse. La exposición suele realizarse en Centros Culturales, que a diferencia del lado comercial e individual de las galerías de arte, son espacios más cálidos y expansivos.
La inauguración siempre es una fiesta porque se celebra lo logrado entre todos. Se ofrecen vino y fantasías. Alguien canta o toca el piano. Mientras, en las paredes las obras hablan de uno, uno se reconoce en ellas, pero también reconoce esa libertad de la que participa todo el grupo. Y eso es mágico.
Me gustaría cerrar con un recuerdo personal de lo que sentí al llegar al taller de Ariel. En esa época escribía mucho en mi diario íntimo, y me atrevo a transcribir un fragmento.
“Ariel tiene su taller en Boedo, sobre la Avenida San Juan al 3100. Hay que tomarse el subte hasta Urquiza y apenas salís de la estación te das con la puerta. El taller está en el primer piso de un edificio muy viejo, con balconcitos tipo francés que dan a la calle. Se accede por una larga escalera de mármol, y aunque es muy oscura, como en una cueva del paleolítico en las paredes se llegan a vislumbrar unas figuras pintadas por él. Son fantasmas macanudos. Cerca del timbre del departamento había escrito con una letra escolar: ‘Que la paz prevalezca en el mundo’. Luego me contaron que antes hubo otra, ilegible para entonces, que decía ‘Por favor, sea feliz’. Toqué y me abrió la puerta. Me saludó y me invitó a pasar. Me puse contento. Me presentó y todos los que estaban con él me saludaron y me dieron la bienvenida. Después me ofreció un mate cocido. Antes de irme, en la escalera, Ariel me dijo que podía empezar cuando quisiera. Y desde entonces, cada vez que atravieso la puerta de su taller, él me recibe entusiasmado, exclamando mi nombre y agregando: ‘¡Cómo estás, querido!’”



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Exposición en el Conventillo de Matilde. Nueva fecha de cierre: la muestra estará hasta el sábado 13 de agosto
Si querés ver un registro audiovisual elaborado por Stefanía Parese para a ocasión, hacé click en https://www.youtube.com/watch?v=TibdyXCMLMo 


Si querés ver un registro elaborado por Stefanía Parese, hacé click en https://www.youtube.com/watch?v=vLJC6o2GRtA&feature=youtu.be 

Caballero
por Guillermo E. Willis

Existió una época en la que los caballeros se distinguían por su condición de nobles, por su valor en las justas y por su galantería. También existió una época, bien diferente esta de aquella, en la que la finalidad del artista era la imitación de lo bello, idea que se hacía cuerpo en las imágenes que aquel creaba. Hoy en día se espera que los artistas produzcan enigmas, muy apropiados para complejas disquisiciones filosóficas, u obras que revelen lo que se oculta deliberadamente. Los caballeros de Erausquin vienen a remediar una injusticia, esa que se comete contra el Arte tantas veces cuantas se le exige que deje de perseguir lo Bello. No sabemos si estos caballeros son figuras de alta alcurnia ni si son valerosos o cobardes. Conservan, eso sí, su actitud galante.
          En estas obras el artista ha tomado decisiones que lo vinculan decididamente con el oficio tradicional del pintor. La pintura al óleo sobre tabla es una de esas elecciones, pero no es la única y probablemente no sea la más importante. Estas imágenes fueron creadas dentro del taller al modo de las academias, ejercicios que los artistas realizaban a partir de un modelo vivo para estudiar la musculatura, las proporciones y otros detalles de la anatomía humana. Más aún, ellas se sitúan entre dos géneros artísticos de larga historia: el desnudo y el retrato.
         Sorpresivamente, los modelos no se entregan pasivamente a la contemplación ajena. Los jeans o bermudas impiden que se muestre el cuerpo completamente desnudo, aunque la poca ropa que traen puesta no es la que les otorga esa resistencia a la observación. Los caballeros se saben ellos mismos representaciones del ideal de lo Bello pero, a diferencia de este, no son inaccesibles. Su galantería los corporiza frente a nosotros. Ellos nos miran desde muy cerca, a un metro y medio o dos como máximo.
          Las posturas en estos retratos tampoco son azarosas. Al modo en que las figuras destacadas se hacían y todavía se hacen retratar por los pintores, los caballeros adoptan poses dominantes, subrayadas por los atributos que portan, y que traen a la memoria las grandes caracterizaciones logradas por diferentes artistas a lo largo de la historia. Nuevamente, esa distancia que se imponía en aquellos aquí no está presente. Todos los recursos pictóricos, desde la composición hasta las elecciones cromáticas, están dirigidos a tornar atractivos los modelos, haciéndolos descender del pedestal.
          Y de repente, casi sin notarlo, el que observa la obra entiende que lo que se encuentra frente a sí es en verdad un cuerpo deseado, que la actitud galante ha sido efectiva, y que él mismo ha sido el botín de disputa en la conquista amorosa. Los caballeros de Erausquin transfiguran al observador en honorable dama cortejada. Como si presenciáramos una publicidad, pero con la salvedad de que ha sido únicamente la Pintura la que ha colaborado a tal efecto, todo el dispositivo incita al receptor a aceptar el convite y dejarse llevar.


CABALLERO
Obras de Santiago Erausquin

Las obras que conforman la serie Caballero pertenecen a una exploración que comencé hace unos años al vincular dos grandes géneros artísticos modernos y propios de Occidente: el retrato y el desnudo. Las imágenes resultantes intentan dar cuenta de las posibilidades que el cuerpo masculino ofrece a una mirada deseante, aún cuando las operaciones plásticas y retóricas realizadas en ellas aludan a convencionalismos que parecen fijos, cerrados y estables. La apropiación crítica ―tal vez la estrategia postmoderna[1]―, permite una reflexión original posible únicamente en nuestro aquí y ahora.
En los retratos del siglo XVI, época dorada de este género, los personajes solían representarse con gestos dignos, a veces grandilocuentes, interpelando al espectador. Los sujetos impostaban el cuerpo y se mostraban con sus mejores atributos, es decir, con determinados accesorios que potenciaban sus aptitudes. Estos atributos y los conceptos a los que aludían eran limitados. La postura erguida indicaba la pertenencia a un linaje de abolengo, una mano en el pecho aludía al honor, la cercanía de un libro al conocimiento de la poesía y el contrapposto a la filiación clásica y erudita del pasado. Así se anunciaba la posición del protagonista en la sociedad: la llegada a la madurez, la predisposición al matrimonio o la consagración como guerrero en el campo de batalla o en el de la diplomacia. En Caballero los retratados reproducen esas posturas amaneradas, codificadas y acartonadas pero, paradójicamente, lo que resulta es otra cosa, algo que parece reforzar el deseo de cercanía, pertenencia y posesión. Los códigos que imponían una distancia y parecían ir en contra de la sensualidad, ahora intentan amplificarla.
El desnudo es el otro género al que se afilian estas obras. Desde fines de la Edad Media y hasta el siglo XX, la mujer ocupó un lugar preferencial en este tipo de representaciones. Pero en Caballero los protagonistas son, precisamente, varones. Este recorte tiene que ver con una mirada decididamente homoerótica que sólo es posible a partir de la segunda mitad del siglo pasado, cuando las discusiones sobre la identidad sexual de minorías en la cultura de masas comienzan a desarrollarse y que aún en nuestros días están lejos de agotarse.
En Modos de ver John Berger propone el siguiente experimento: reemplazar las mujeres desnudas de las obras más emblemáticas de la historia del arte por varones desnudos, manteniendo pose y actitud. El resultado obtenido, afirma, sería extremadamente “violento”[2]. Pero eso fue dicho en 1972 y hoy la situación es, por suerte, algo distinta. La mirada constituida por una hegemonía social, política y masculina cedió, aunque sin perder sus privilegios, a nuevas reformulaciones que estimularon nuevas propuestas. Para esta apertura fueron fundamentales los logros de las feministas, las minorías y diversidades de género  junto con aportes teóricos elaborados por antropólogos y sociólogos de la cultura.
Néstor, Ezequiel, Nicolás, Nacho y los otros caballeros no están completamente desnudos, sin embargo parecen conscientes de una desnudez que, como especificó Kenneth Clark, no implica necesariamente estar sin ropa[3]. Adoptan una actitud seductora porque se saben observados y hasta dirigen, a veces, su mirada cómplice al espectador. Las asociaciones con referentes contemporáneos es inevitable porque la cuestión de la identidad, la desnudez y lo erótico son temas vigentes y en discusión. Caballero partió de la premisa de no exhibir la genitalidad de los modelos como sí parece haberlo sido la propuesta de algunas de las obras más famosas de Lucian Freud, que le confirió a sus desnudos una actitud animal casi perturbadora o como proponía la estética de Robert Mapplethorpe, que hacía visible lo obsceno, por citar sólo algunos casos más relevantes y que considero referentes. Tal vez el conjunto de mis imágenes se aproximen más a los dibujos y pinturas que David Hockney hizo en los años 60 cuando residía en California, en los que sus jóvenes acompañantes se duchaban, dormían o se zambullían en la pileta o, para citar un maestro local, a los retratos de Ricardo Garabito cuyos atractivos personajes, a veces duplicados, cómodamente sentados o de pie, sonreían en espacios claustrofóbicos. En Caballero los sujetos no ignoran al espectador, posan y dan cuenta de los modales propios de una sociedad gentil y civilizada, determinada por sus propias normas y anclada en la tradición. Entonces, en vez de encontrarnos con Apolos, donde el ideal clasicista borra todo accidente o particularidad, estos muchachos con nombre propio, de jeans y bermudas, se vuelven atractivos sin apelar a las convenciones propias de la publicidad o la pornografía.
Además, Caballero puede pensarse también como una práctica artística metódica y constante propia de taller, que recuerda las a las academias del siglo XIX: ejercicios que se realizaban a partir de un modelo vivo y que no formaban parte de una determinada composición. Las academias eran estudios de proporciones, musculatura o modelado y totalmente independientes de una obra ulterior. Es decir, la figura desnuda estaba realizada exclusivamente con fines de aprendizaje porque los modelos imitaban poses clásicas, al igual que en el retrato de Néstor o en la figura de Nicolás.
Creo que, en sintonía con el pintor del siglo XVI, soy conciente de la responsabilidad que se tiene al construir imágenes que hacen a la identidad de los individuos. Por eso cuidar aspectos formales como la claridad compositiva y el manejo del óleo son fundamentales para mí. Y como heredero de las tradiciones modernas de la pintura del siglo XX no me preocupa dominar la técnica para llegar a reproducir la realidad como un hiperrealista sino interpretarla demorándome en lo que sucede en la paleta que uso para trabajar. La correspondencia entre lo que sucede en el caballete y lo que está fuera de él es menester, pero no ejerce en absoluto una tiranía. Un brochazo oportuno y visible puede ser tan eficaz como los detalles que definen una forma en la fotografía. Quiero dejar en el soporte esos colores claros y puros que no son, en rigor, los del modelo, pero que “funcionan” en términos plásticos. En esta serie, el amarillo de Nápoles, el turquesa y el verde de cadmio fueron mis favoritos, como también ese celeste neutro que se obtiene al aclarar con blanco el azul ultramar y el tierra sombra natural, ideal para los fondos.   
Para finalizar, me declaro con estas obras, entre otras cosas, partidario de las bondades del género humano, un optimista ferviente y dueño de algún sentido del humor. También sé que no está todo dicho; que la riqueza de estos muchachos radica en permitir que se desplieguen, amablemente, como lo haría un buen caballero, un universo infinito de posibilidades interpretativas.

Santiago Erausquin, 2016
Agradecimientos:
A los que posaron. A José Fraguas, Juan Pablo Pérez, Guillermo E. Willis, Julio A. Lépez, Matías Amici y Gustavo M. Paiva.






[1] “[En] la práctica apropiacionista postmoderna (...) no es el concepto de transmisión de las imágenes, estilos y pautas estéticas a través del tiempo el que opera (...) sino, sobre todo, el de su reubicación contextual. Y esta orienta inevitablemente la reflexión sobre el arte hacia las esferas de lo social y lo político.” Prada, Juan Martín, La apropiación posmoderna. Arte, práctica apropiacionista y Teoría de la Posmodernidad. Fundamentos, Madrid, 2001, pp. 7-8.
[2] Berger, John, Modos de ver. Gustavo Gili, Barcelona, 2000, p.74.
[3] “La lengua inglesa, con amplia generosidad, distingue entre el desnudo corporal (the naked) y el desnudo artístico (the nude). La desnudez corporal es aquella en la que nos encontramos desvestidos, despojados de nuestras ropas; por lo que dicha expresión entraña en cierta medida el embarazo que experimentamos la mayoría de nosotros en dicha situación. La palabra nude, el desnudo, no comporta, en su uso culto, ningún matiz incómodo.” Clark, Kenneth, El desnudo, Alianza, Madrid, 1981, p. 17.
Buenos Aires, 2016